Ella siguió en secreto a su marido y lo pilló… Pero lo que él estaba haciendo no era lo que ella pensaba.

Marina siempre se había considerado una esposa feliz. Doce años de matrimonio, dos hijos, una casa construida juntos… Todo parecía una base sólida. Pero últimamente su marido había cambiado. Se quedaba hasta tarde en el trabajo, salía a menudo por las noches, se llevaba el teléfono incluso al baño. Sus sonrisas se habían vuelto forzadas y sus ojos, vacíos.

Marina empezó a sentir una inquietud creciente. Intentaba convencerse de que estaba imaginando cosas, que el cansancio y las preocupaciones la estaban volviendo suspicaz. Pero su corazón le susurraba que algo no iba bien. Y una noche se decidió. Le dijo a su marido que se quedaría en casa de su madre y fue a seguirlo.

Él salió de la oficina más tarde de lo habitual y se subió rápidamente al coche. Marina lo siguió en taxi, con el corazón latiendo tan fuerte que parecía que iba a delatarla. Esperaba ver una escena que le daba mucho miedo imaginar: él recogiendo a una mujer joven, abrazándola, riendo, y desapareciendo en la noche.

Pero todo salió de otra manera.

Su marido se detuvo en un pequeño patio a las afueras de la ciudad. Marina, temblando de miedo y rabia, salió tras él. Se dirigió a una vieja casa y llamó a la puerta. Su corazón se encogió: «Ya está. Ahora voy a ver cómo entra a verla».

La puerta la abrió una mujer de unos setenta años. Canosa, con ojos cansados. Y entonces Marina se quedó paralizada: era su madre. La misma con la que él no había hablado en muchos años. Marina sabía que su relación era complicada, su marido rara vez la mencionaba y los niños nunca habían visto a su abuela.
Ella observó cómo su marido entraba en el apartamento. Se encendió la luz de la ventana. Se sentó junto a su madre, le tomó la mano y le dijo algo en voz baja. La anciana sonreía entre lágrimas. Él sacó los alimentos de la bolsa, la cubrió con una manta y le arregló la almohada. Marina se quedó de pie en la oscuridad, atónita.

Todas sus sospechas de infidelidad se desvanecieron en un instante. En lugar de una amante secreta, era una madre solitaria a la que él visitaba en secreto. No quería contárselo porque se avergonzaba de sus discusiones pasadas y se sentía culpable por los años de separación. Pero no podía dejarla sola, así que pasaba las tardes en secreto ayudándola.

Marina volvió a casa llorando. Y cuando él llegó, no pudo aguantar más y se lo contó todo. Su marido se quedó callado durante un buen rato y luego confesó: sí, no quería contarlo porque temía que ella no lo entendiera, temía volver a abrir una vieja herida. Pero ahora, cuando la verdad había salido a la luz, parecía haber exhalado.

Y Marina comprendió entonces que la verdadera infidelidad no es encontrarse con otra mujer. La verdadera infidelidad es la indiferencia. Y resultó que el corazón de su marido era demasiado grande para permanecer indiferente ante la mujer que le había dado la vida.

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