Se suponía que iba a ser un viaje normal.
Lila entró en el abarrotado ascensor de la oficina a las 8:57 de la mañana, con un café en la mano, apretujada entre compañeros de trabajo cansados y desconocidos que miraban sus teléfonos móviles. El aire olía ligeramente a perfume y papel.
El ascensor comenzó su ascenso habitual: segunda planta, cuarta, sexta. Alguien tosió, otro se ajustó la corbata. Todo era normal.
Hasta que el panel situado encima de las puertas parpadeó.
En lugar de «10», la pantalla mostraba un único símbolo: un círculo con una línea que lo atravesaba. Ninguno de ellos lo había visto antes.
El ascensor se estremeció y se detuvo.
Con un ding, las puertas se abrieron.
Todos los que estaban dentro se inclinaron hacia delante, confundidos.
El pasillo que se extendía más allá no pertenecía a su edificio de oficinas. Se prolongaba sin fin, con papel pintado descascarillado y luces fluorescentes que zumbaban. El suelo estaba cubierto por una moqueta de un verde descolorido y feo, y el aire olía a polvo y a algo metálico.
«¿Qué piso es este?», murmuró alguien.
Pero cuando volvieron a mirar, el pasillo había cambiado.
Una mujer juró que había visto un pasillo de hospital, estéril y blanco, con camillas alineadas contra las paredes. Otro hombre jadeó, diciendo que se parecía a la casa de su infancia, solo que abandonada. Lila parpadeó con fuerza: para ella, no era ninguna de las dos cosas. Ella veía una biblioteca, con estanterías altísimas que se extendían hacia las sombras, llenas de libros que susurraban cuando los miraba.
El grupo entró en pánico. «¡Cierren las puertas!», gritó alguien.
Pero las puertas no se cerraban.
El ascensor zumbaba, como si esperara a que salieran.
Finalmente, un hombre que estaba cerca de la parte delantera susurró: «Nos está mostrando lo que no queremos ver».
Los demás se volvieron hacia él. «¿Qué quieres decir?».
Señaló el panel situado encima de las puertas. El extraño símbolo circular había cambiado. Ahora decía: «-1».
El aire se volvió más frío.
La mano de Lila temblaba mientras pulsaba una y otra vez el botón de «cerrar puerta». Por fin, las puertas se cerraron y el ascensor se puso en marcha violentamente, como si quisiera alejarse de aquel lugar.
Cuando las puertas se abrieron de nuevo, estaban de vuelta en su edificio, en la décima planta. Todo era normal. La gente salía apresurada sin hablar, pálida y conmocionada.
Nadie volvió a mencionar el incidente.
Pero a la mañana siguiente, cuando Lila entró sola en el ascensor, vio que el símbolo circular volvía a parpadear.
Y esta vez, las puertas comenzaron a abrirse.
El ascensor se detuvo en un piso que no existía
