A Nina le encantaban las tiendas de segunda mano. Podía pasar horas rebuscando entre percheros llenos de ropa olvidada y estantes con cristalería astillada. Pero lo que le llamó la atención aquel sábado fue un par de gafas de sol.
Eran redondas, con montura dorada y cristales verde oscuro, guardadas en un estuche de cuero agrietado. La etiqueta decía 10 dólares. Se las probó, sonrió a su reflejo y decidió que eran perfectas.
Cuando salió al sol de la tarde, se dio cuenta de inmediato.
La calle parecía diferente.
No eran los escaparates ni los edificios, esos seguían igual. Pero la gente… no vestía como en 2025.
Las mujeres con faldas largas y guantes caminaban del brazo, los hombres con bombines llevaban bastones, los niños perseguían aros por la acera. Un carro tirado por caballos traqueteaba por donde debería haber estado un autobús.
Nina se quitó las gafas de un tirón.
El mundo volvió a la normalidad: semáforos, coches tocando el claxon, gente con vaqueros y zapatillas.
Su pulso se aceleró. Lentamente, se volvió a poner las gafas de sol.
El mundo volvió a cambiar.
Caminó tambaleándose por la manzana, dividida entre la fascinación y el miedo. Incluso el aire parecía diferente a través de las gafas, como si fuera más fino, más cálido.
Entonces se dio cuenta de algo peor.
Entre la multitud vestida a la antigua, algunas personas la miraban fijamente. Hombres con rostros pálidos y ojos hundidos, mujeres con posturas rígidas. No se movían como los demás, se movían hacia ella.
Con el corazón acelerado, Nina se quitó las gafas. La multitud desapareció. Solo eran desconocidos normales mirando sus teléfonos.
Pero cuando miró el reflejo del escaparate de la tienda, se quedó paralizada.
Incluso sin las gafas, todavía podía ver a uno de ellos. Un hombre alto con un sombrero hongo, de pie justo detrás de ella.
