Recibió una carta de un desconocido… y descubrió algo que cambió a toda su familia

Natalia siempre consideró que su vida era tranquila y predecible. Trabajaba en contabilidad, se ocupaba de la casa, tenía dos hijos, Lena y Kirill, y un marido, Oleg, con quien llevaba quince años. Su familia era normal, sin lujos, pero tampoco con grandes problemas. Juntos construyeron una casa, iban a la casa de campo, celebraban los cumpleaños. A veces discutían por tonterías, pero siempre se reconciliaban. Natalia estaba segura de que tenían una familia sólida y estable.

Ese día, al volver del trabajo, sacó como de costumbre los periódicos y las facturas del buzón. Pero entre la aburrida correspondencia había un sobre sin remitente. La letra era cuidada, un poco escolar. Natalia decidió que se trataba de un error y abrió el sobre en la cocina, mientras se servía una taza de té.

Al leer las primeras líneas, dejó caer la taza.

«Hola, me llamo Marina. Usted no me conoce, pero su marido Oleg es mi padre».

Natalia leyó la carta varias veces, sin dar crédito a sus ojos. La chica escribía que tenía 19 años, que había vivido toda su vida solo con su madre y que recientemente esta le había confesado que su padre estaba vivo y tenía una familia. Y que se llamaba Oleg.

Todo se derrumbó en su interior. Miró las fotos de su familia que había en la estantería. «¿Cómo es posible?», pensó. «¿De verdad ha vivido tantos años a mi lado una persona que ocultaba toda una parte de su vida?».

Por la noche, cuando Oleg regresó, Natalia estaba sentada en la cocina con la carta en las manos.

«¿Qué significa esto?», preguntó con voz temblorosa.

Oleg leyó la carta y palideció. Se quedó callado tanto tiempo que Natalia solo oía el tictac del reloj de pared.

«Sí… es verdad», dijo finalmente.

Esas palabras la golpearon más fuerte que un grito.

Oleg confesó que antes de conocer a Natalia había tenido una aventura. La chica se quedó embarazada, pero se pelearon y él se marchó. Era joven, estaba asustado y no se atrevió a asumir la responsabilidad. Nunca había visto a su hija. Luego conoció a Natalia y comenzó una nueva vida.

«Quería olvidar», dijo en voz baja.

—Tenía miedo de perderte.

Natalia lo miraba y no lo reconocía. La persona en la que más confiaba resultó ser un extraño.

Los días siguientes transcurrieron en un silencio opresivo. Los niños no entendían nada, pero sentían el frío entre sus padres. Natalia iba al trabajo como en una nube, llegaba a casa y volvía a leer la carta. Al final de la carta, Marina escribía: «No quiero destruir tu familia. Solo quiero saber quién es mi padre».

En el alma de Natalia luchaban contradicciones. Odiaba a su marido por mentir, pero también entendía que la niña no tenía la culpa.

Una semana después, le dijo:

—Si quieres arreglar algo, al menos, reúnete con ella.

Oleg aceptó.

La cita fue en una pequeña cafetería. Natalia fue con su marido. Temía no poder soportarlo, pero tampoco podía quedarse en casa. Cuando Marina entró por la puerta, Natalia se quedó paralizada. La chica era como una copia de Oleg en su juventud: los mismos ojos, la misma sonrisa.

Se sentaron a la mesa. Pasaron largos minutos en silencio. Marina fue la primera en hablar:

— No te culpo. Solo quería saber quién era mi padre.

A Oleg le temblaban las manos. Con dificultad, logró decir:

— Perdóname. Fui débil y me asusté. No merezco llamarme tu padre.

Las lágrimas brillaron en los ojos de la joven. Natalia los miraba y comprendía que, por muy doloroso que fuera, la verdad debía salir a la luz.

Después del encuentro, regresaron a casa en silencio. Natalia miraba por la ventanilla del coche y pensaba: «¿Podré perdonar? ¿Podré seguir viviendo sabiendo que toda nuestra historia se basaba en un malentendido?».

Esa carta cambió su familia para siempre. Natalia comprendió que el pasado no se puede borrar. Siempre encontrará el camino hacia el presente. La cuestión es si ella tendrá fuerzas para aceptarlo.

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