Su reflejo se negó a imitarlo, y luego lo miró fijamente

A Daniel nunca le gustaron los espejos. No porque fuera vanidoso, sino porque le resultaba incómodo mirarse a los ojos durante demasiado tiempo. Aun así, el espejo del baño formaba parte de su rutina diaria: afeitarse, cepillarse los dientes, lavarse, listo.

Por eso se dio cuenta cuando algo empezó a ir mal.

Al principio, era algo insignificante. Una noche, mientras se cepillaba los dientes, parpadeó. Pero en el espejo, su reflejo parpadeó una fracción de segundo más tarde. Se le aceleró el corazón, pero se lo tomó a broma. Quizás estoy cansado. Quizás mis ojos me están jugando una mala pasada.

Pero siguió ocurriendo.

Cada mañana, el reflejo iba un poco por detrás. Aparecía una media sonrisa cuando su rostro permanecía inmóvil. Inclinaba la cabeza segundos después de haber dejado de moverse.

Era como ver un vídeo con retraso, solo que el «vídeo» era su propio cuerpo.

Daniel intentó probarlo. Levantó la mano izquierda. El reflejo dudó y luego levantó su propia mano. Frunció el ceño y su reflejo… sonrió.

Esa noche no durmió bien. A la mañana siguiente, de pie frente al espejo, susurró: «¿Qué eres?».

El reflejo ladeó la cabeza, pero su propio cuerpo no se movió.

Daniel retrocedió tambaleándose y tiró una taza. Su reflejo se mantuvo erguido, mirándolo fijamente. Sin imitarlo. Solo observando.

Llamó a su hermana, desesperado por demostrarle que no estaba volviéndose loco. Ella se acercó y se quedó de pie junto a él, al lado del lavabo. «Parece normal», dijo, sacudiendo la cabeza.

Daniel tragó saliva. «Mira bien».

Levantó la mano rápidamente y la agitó. Su reflejo volvió a retrasarse, un segundo demasiado lento.

Pero esta vez, ella se quedó sin aliento. Ella también lo vio.

«Daniel… eso no está bien».

A partir de ese momento, las cosas se agravaron. El reflejo comenzó a saltarse movimientos por completo. A veces, simplemente se quedaba congelado, mirando fijamente mientras Daniel se movía. Otras veces, actuaba primero: sonriendo, sacudiendo la cabeza, moviéndose antes que él.

Entonces llegó la peor noche de su vida.

Daniel estaba de pie frente al espejo, con su hermana detrás de él. Levantó el brazo. El reflejo no se movió en absoluto. Se quedó completamente quieto, con los ojos fijos en los suyos.

Y entonces, lentamente, deliberadamente, sonrió.

Pero Daniel no sonreía.

Su hermana gritó: «No eres tú. Daniel… no eres tú».

Y en ese momento, el reflejo se inclinó hacia delante. El cristal se onduló.

Presionó su mano contra el otro lado del espejo.

Y su hermana juró que vio cómo se empezaba a formar una grieta.

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