En su familia, los cumpleaños de los trillizos siempre fueron un acontecimiento. Desde pequeños, los padres organizaban fiestas “para los tres”: un solo pastel, las mismas velas, los mismos invitados.
Pero ahora Marta, Lily y Nick habían crecido. Tenían dieciséis años, y cada uno quería ser visto como una persona distinta.
Marta soñaba con una velada tranquila con los más cercanos.
Lily quería una fiesta brillante, con música y luces.
Nick solo esperaba que hubiera comida y que nadie le hiciera cantar “Feliz cumpleaños”.
Los padres, como siempre, decidieron unir todo en una sola celebración — “como antes”. Y eso fue un error.
Desde la mañana se sentía la tensión. Lily se molestó porque su idea del DJ fue considerada “demasiado ruidosa”. Marta murmuraba que el pastel era “demasiado brillante”. Y Nick… olvidó comprar las velas.
Cuando los invitados llegaron, parecía que todo iba bien: globos, música, comida. Pero bajo la superficie, las emociones hervían.
La tensión explotó cuando llegó el momento del pastel.
Encima se leía: “¡Feliz cumpleaños, trillizos!” — en crema rosa, con corazones y brillantina.
— ¿Quién ha pensado esto?! — gritó Marta.
— Mamá dijo que así se veía “más bonito”, — respondió Lily encogiéndose de hombros.
Entonces Nick, intentando aliviar el ambiente, encendió las velas… y una de ellas se cayó, derramando cera sobre la crema. Una pequeña mancha — pero el pastel parecía arruinado.
Lily estalló:
— ¡Lo arruinaste todo!
— Cálmate, es solo una vela, — respondió Nick.
— ¡Basta ya! — dijo Marta. — ¡Era un pastel infantil de todos modos!
Los invitados callaron. Algunos sonreían con incomodidad, otros fingían no escuchar.
La fiesta se vino abajo.
Pero más tarde, cuando todos se habían ido, los tres se sentaron en la cocina.
El pastel estaba medio comido, las velas se habían apagado. Nick dijo en voz baja:
— Solo quería que los dos sonrieran.
Marta suspiró:
— Supongo que me enojé por nada. Es nuestro día, después de todo.
Lily bajó la mirada:
— Tal vez no debamos intentar todo el tiempo demostrar quién es quién. Al final, somos tres. Y siempre lo seremos.
Entonces lo entendieron: aquel pastel “arruinado” era, en realidad, el símbolo más sincero de su madurez — imperfecto, pero real.
