Mi esposa y yo siempre soñamos con tener una casa propia. La ciudad nos había agotado, así que nos mudamos al campo, a un pequeño pueblo rodeado de bosques. Silencio, aire fresco, un patio amplio — todo parecía perfecto para nuestra pequeña hija.
Un día cálido estaba sentado en el porche, mientras Mary —nuestra hija, de solo tres años— jugaba en el patio con una pelota. La miraba y pensaba que, por fin, la vida se había vuelto tranquila.
Pero la calma se rompió en un instante.
Oí un ruido seco sobre mi cabeza. Las ramas del árbol junto a la valla se agitaron, y de pronto algo cayó desde arriba. Una enorme serpiente cayó con un golpe pesado justo al lado de mi hija.
Mary gritó. Me levanté de un salto y corrí hacia ella. La serpiente, retorciéndose, intentaba escapar por la hierba, pero estaba demasiado cerca. El corazón me golpeaba en el pecho, los oídos zumbaban.
Agarré una pala que estaba junto al cobertizo y, en el último momento, conseguí apartar a la serpiente del niño. Mi esposa salió corriendo de la casa, abrazando a Mary con fuerza.
Llamamos enseguida al servicio de control de animales. Mientras esperábamos, no dejaba de pensar: ¿cómo pudo pasar algo así? Una serpiente, cayendo de un árbol, justo en nuestro patio, junto a mi hija…
Veinte minutos después llegaron los especialistas. La capturaron con cuidado. Era una enorme pitón, con un cuerpo fuerte y brillante, lleno de dibujos. Nunca pensé que pudieran existir en nuestra zona.
— No es local —dijo uno de los hombres, examinándola—. Alguien la tenía como mascota y la soltó.
Un escalofrío me recorrió. Así que alguien del vecindario tenía una pitón y no pudo controlarla. Y ese monstruo casi mata a mi hija.
Pensamos que ahí acabaría todo, pero unos días después me llamaron del servicio y me pidieron que fuera. “Hay algo que debe saber”, dijo la voz al teléfono.
Cuando llegué, me mostraron la bolsa donde la serpiente había sido guardada. En sus escamas había marcas extrañas. El especialista explicó:
— Hace poco salió de un nido. Y claramente tenía crías.
No lo entendí al principio.
— ¿Crías? ¿Dónde?
Él me miró seriamente.
— Encontramos una puesta vacía en su jardín. Debajo de las raíces del mismo árbol.
Sentí que el suelo desaparecía bajo mis pies. Todo ese tiempo la serpiente no solo había caído por casualidad… vivía allí. Había elegido nuestro árbol para anidar.
Revisamos el patio. Debajo de las raíces realmente había un hueco. Restos de huevos —cáscaras aún tibias.
Me quedé mirando, temblando. Si hubiera caído días después, quizá no habría sido una serpiente… sino varias.
Desde entonces reviso el jardín con una linterna cada noche. Mary juega solo bajo el techo del porche. Y entiendo: a veces lo más aterrador no es lo que ves, sino lo que todavía permanece oculto.
