Cada mañana comenzaba igual.
Apenas el amanecer teñía las ventanas de la panadería, Marina encendía la luz, se ataba el delantal y abría la puerta.
El aroma del pan recién hecho, la levadura y el café llenaban el pequeño local, creando ese ambiente acogedor por el que entraban incluso quienes no amaban lo dulce.
Él llegaba siempre a la misma hora — exactamente a las 7:30.
Alto, silencioso, con la barba recortada y un maletín gastado al hombro.
Nunca se quedaba mucho. Solo tomaba un pan, dejaba el dinero en el mostrador y asentía.
— Gracias, que tenga un buen día — decía Marina cada vez.
Él asentía en silencio y se iba.
Sin sonrisa. Sin palabras.
Así fue durante más de un año.
A veces bajo la lluvia, a veces con nieve, otras veces con el calor sofocante, cuando incluso el horno de la panadería parecía cansado.
Aun así, él venía, tomaba su pan y se marchaba.
Un día, Marina intentó hablar con él:
— ¿Va camino al trabajo?
Él sonrió levemente y respondió:
— Se podría decir que sí.
Y nada más.
Después, el silencio volvió a ser parte de su rutina.
Hasta que un día, él no vino.
Al principio, Marina no le dio importancia. “Quizás se enfermó”, pensó.
Pero pasó un día. Luego otro. Luego una semana.
La panadería se sentía vacía.
Sin él, las mañanas ya no eran las mismas.
Dos semanas después, Marina decidió dar un paseo por la calle.
En la esquina, cerca de los contenedores, vio una bolsa de papel con el logo de su panadería.
Y junto a ella, un anciano sin hogar, sentado en un escalón, comiendo el mismo pan que ella horneaba cada mañana.
— Abuelo, ¿de dónde sacó eso? — preguntó, con la voz temblorosa.
El hombre levantó la vista y sonrió sin dientes:
— Un hombre me lo dejaba aquí. Todos los días. Justo en esa caja. Pero hace tiempo que no lo veo. Supongo que se fue.
Marina se quedó quieta largo rato.
El viento frío le movía el cabello mientras miraba las migas sobre la caja.
Desde ese día, cada mañana al abrir la panadería, colocaba un pan caliente en una bolsa de papel y lo dejaba en la esquina.
Y aunque el anciano no siempre estaba allí, lo dejaba igual.
Porque ahora sabía que hay cosas que no se deben dejar de hacer, incluso cuando nadie las ve. 💔
