La esposa preparó una celebración para su marido, pero él no vino

Esperaba este día con un sentimiento especial.
El año había sido difícil: pocas conversaciones, miradas frías, discusiones por tonterías.
Aun así, decidió que al menos en su cumpleaños todo sería diferente.

Encargó su pastel favorito — ese con crema de fresa y nueces. Invitó a los amigos, decoró la sala con guirnaldas, encendió las velas en la mesa. Incluso compró un traje nuevo — no para ella, para él.
Quería que sintiera que la familia seguía ahí, que lo esperaban, que aún lo amaban.

Unas horas antes de la fiesta le escribió:
«No te retrases, ¿sí? ¡Todos ya se están reuniendo!»
Él respondió brevemente:
«De acuerdo. Llegaré pronto.»

Pero la tarde se alargaba.
Los invitados llegaron, la música sonaba, alguien bromeó con torpeza.
Ella sonreía, servía vino, pero miraba constantemente hacia la puerta.

— ¿Vendrá pronto? — preguntó una amiga.
— Claro — respondió, intentando sonar segura. — Solo se ha quedado un poco en el trabajo.

Pasó una hora. Luego otra.
Las risas se apagaron, las velas se consumieron, el pastel seguía intacto.
El teléfono permanecía en silencio.

Salía al balcón cada diez minutos, mirando hacia la oscuridad.
Los coches pasaban, pero ninguno se detenía frente a la casa.

Cuando los invitados comenzaron a irse, alguien dijo con incomodidad:
— No te preocupes. Tal vez está preparando una sorpresa.

Ella asintió. Pero por dentro, algo ya se había roto.

Tarde en la noche, cuando el apartamento quedó vacío, apagó las luces, retiró las velas del pastel y se sentó en silencio en la cocina.
El teléfono seguía sin sonar.

Él no vino.

A la mañana siguiente no aguantó más y llamó.
Contestó casi de inmediato.
— ¿Dónde estabas? — su voz temblaba. — Todos te esperábamos. Yo te esperaba.
Pausa.
— Estaba cerca — dijo en voz baja.
— ¿Cómo que “cerca”?
— Estuve frente a la casa. Tal vez veinte minutos. Simplemente… no pude entrar.

No entendió de inmediato.
— ¿Por qué?..

Él suspiró:
— Porque este año cometí demasiados errores.
Porque no sabía si merecía esa fiesta.
Porque temía ver en tus ojos no alegría, sino lástima.
Estuve allí, escuchando las risas, viendo las luces… y simplemente no pude.

Ella guardó silencio un largo rato, escuchando su respiración al otro lado.
Luego dijo solo una frase:
— Todavía puedes entrar.

Silencio.
Luego — el sonido de una puerta abriéndose.

Cuando él entró, las velas ya estaban apagadas, los invitados se habían ido, pero el pastel seguía en la mesa.
Ella lo cortó por la mitad y dijo suavemente:
— Lo demás, después. Ahora solo come.

Él se sentó frente a ella.
Y por primera vez en mucho tiempo, la casa volvió a estar en paz.

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