Nunca he sido una persona madrugadora. Mi rutina es siempre la misma: tropiezo al salir de la cama, arrastro los pies hasta la cocina, preparo café e intento
Tom vivía solo en un tranquilo apartamento encima de una pequeña panadería. No era un lugar lujoso, pero era suyo, acogedor, familiar, predecible. Por las noches le gustaba
Maya estaba acostumbrada a tener sueños vívidos. A menudo se despertaba con recuerdos intensos: colores, olores e incluso sonidos. Pero nada podía prepararla para la mañana en que
Emma se despertó jadeando, empapada en sudor, con el corazón latiendo como si hubiera corrido una maratón. Pero no era una pesadilla normal. Ni siquiera era un sueño.
Yo no pedí esto. Todo empezó con algo insignificante, como interferencias de radio en lo más profundo de mi conciencia. La gente hablaba, pero no con la boca.
Siempre he tenido alergias graves. El polvo, el polen, el pelo de gato… cualquier cosa. Estornudo constantemente. Pensaba que solo era una molestia. Hasta el día en que
Anna nunca pensó que tendría un gato. Desde pequeña, le gustaban más los perros, que son fieles, leales y fáciles de entender. Pero todo cambió aquella fría tarde
Marina nunca se consideró una persona curiosa. Su vida transcurría tranquilamente: trabajo en la oficina, raras reuniones con amigos, llamadas nocturnas de su madre. Tras la muerte de
Natalia siempre consideró que su vida era tranquila y predecible. Trabajaba en contabilidad, se ocupaba de la casa, tenía dos hijos, Lena y Kirill, y un marido, Oleg,
Anna siempre había adorado las antigüedades. Su apartamento parecía un pequeño museo: estatuillas de porcelana, relojes de pared, grabados descoloridos y libros antiguos. Creía que los objetos antiguos